Los éxitos deportivos… los éxitos siempre están
sujetos a numerosas variables, jugadores disciplinados, entrenamientos bien
planificados, intensidad en el trabajo diario, coordinación del juego, momentos
decisivos bien gestionados… y un sinfín de elementos que hacen que un equipo (o
jugador) toque el cielo. Concretamente en los deportes de equipo, normalmente
los entrenadores pasa la mayor parte de su tiempo preocupándose de crear un
modelo de juego ajustado a las cualidades de sus jugadores, de cómo deben
estructurarlo para trabajarlo de la forma más eficaz, de que sus jugadores
comprendan los contenidos de ese modelo, la calidad de los entrenamientos… y
otro sinfín de componentes y exigencias (inalcanzables muchas veces) para
lograr conseguir los objetivos.
Sin embargo, en muchas ocasiones esa
preocupación por encajar las piezas que componen ese gran puzle que es el
propio juego, deja a un lado otras que facilitan la interacción de todas las
partes. En este caso, podemos hablar de elementos grupales, puramente humanos y
sociales, que engrasan la maquinaria del propio ritmo diario y el trabajo
técnico-táctico. Trabajar los elementos de tipo afectivo, las relaciones
interpersonales, la propia cohesión facilita el tránsito a la comprensión,
coordinación y solidaridad del juego. Los jugadores trabajarán mejor y se
desarrollarán de forma más efectiva en un campo que los dote de confort, frente
a un clima que no les aporte confianza. Como he mencionado anteriormente, en pocas
ocasiones los entrenadores o monitores son conscientes de la importancia de
esta variable del juego, bien por desconocimiento o falta de formación; por
falta de tiempo físico; o en otras ocasiones por desestimarlo como algo
insignificante. Muchos de nuestros entrenadores, y entrenadores que ejercen en
la actualidad basan sus modelos de trabajos en experiencias vividas en sus
etapas de juego o sirviéndose de entrenadores propios del pasado como modelos. Debemos
ser conscientes de la evolución, y aprender a reciclarnos día a día. El acomodamiento
sobre las propias creencias y vivencias resulta ser un sistema docente
anticuado que estanca el deporte en el mismo punto a lo largo del tiempo. En este
caso debemos recurrir a la evaluación continua para percibir los puntos que
flaquean en el clima afectivo del grupo.
Está demostrado mediante un gran número de
estudios de diferentes modalidades deportivas de deportes de equipo, que la
cohesión de un equipo potencia el rendimiento de su juego deportivo. Sin embargo,
en muchas ocasiones es muy difícil conseguir crear un clima favorable entre los
propios miembros del equipo o grupo, para ello hay que aprender a gestionar
todas las figuras y perfiles (tipos de jugadores y caracteres) que componen al
grupo. Cada miembro interpreta un rol en el grupo, y hay que aprender a
potenciar ese rol para que aporte lo mejor de sí mismo. La figura más
influyente en un grupo es el líder, que en la mayoría de las ocasiones asume su
papel de forma natural. El líder por tanto sirve como modelo al resto del
grupo, y su opinión o forma de actuar marcará al resto. No obstante, dentro de
un mismo grupo pueden existir dos o más líderes, que de no saber trabajar la
complementación entre todos ellos fácilmente puede generar enfrentamientos o
climas desfavorables para el equipo (subgrupos, discusiones…) por la propia
naturaleza. La misión de un entrenador en este caso es la gestión pura. El entrenador
debe reconocer todas las figuras y anticiparse a todo lo que pueda suceder. Para
ello debe mantenerse constantemente comunicado con ellos, hacerles partícipes
de un propio objetivo, y de algún modo responsables de alcanzarlo. Para ello
hay que estructurar sus liderazgos, estableciendo de forma ordenada sus
funciones como líderes. El líder debe aprender a liderar, no a imponer su
criterio, mostrándose asertivo y empático, a la vez que sensato y coherente.
La cohesión como podemos comprobar resulta fundamental
para crear un ambiente de trabajo favorable. Más allá, lo que cada entrenador
debe pretender conseguir de su equipo no es sólo la cordialidad mutua. El
trabajo va más allá del “que fuera se
lleven como quieran, pero aquí que se respeten y hagan lo mejor para el equipo”,
porque un equipo no se compone sólo de dos piezas. El objetivo es, como bien he
mencionado antes, encontrar un clima confortable en el vestuario, los jugadores
deben compartir unos objetivos, unas realidades, cada uno debe asumir su papel
y dar lo mejor de sí mismo para alcanzarlo. Los jugadores deben encontrarse en familia. Una familia se protege,
comparte los problemas, celebra los éxitos. Una familia posee la misma
IDENTIDAD. Dotar al equipo de una identidad común es un punto favorable en la
cohesión. Cualquier nimiedad que pueda crear una identidad común dentro de un
grupo hay que tratar de aplicarla (establecer un patrón común de vestimenta, de
conducta, verbal…), en definitiva crear estímulos que interpreten como propios
de su equipo o grupo y con el que se sientan a gusto.
Por último, ¿debemos trabajar la cohesión y la identidad
en deporte base? La respuesta es un rotundo SI. Aunque nuestro objetivo no sea
generar rendimiento deportivo o competitivo, la cohesión siempre va a generar
motivación generalizada, ganas de ver a los
compañeros, comprensión ante los problemas comunes, solidaridad y
cooperación con el grupo, establecimiento de objetivos comunes, etc. etc. etc.
En
definitiva, debemos luchar por implantar modelos que generen equipos, y dentro
de ellos saber gestionar cada rol que desempeñen nuestros jugadores. Ésta puede
ser la solución a muchos problemas de tipo asistencial, o de intensidad y
calidad de los entrenamientos, y trabajar la cohesión en un grupo no supone ningún
riesgo para trabajar con el grupo. Cualquier elemento puede ser importante,
sólo hay que encontrar el punto en común y potenciarlo, es la clave para encontrar el éxito.
Un
abrazo a todos y ¡hasta la próxima!
@juankilungaran